NOVEDAD DEL DISCURSO SOCIAL DE JUAN PABLO II

El pontificado de Juan Pablo II no solamente ha sido uno de los más largos de la historia, sino que ha sobresalido por su riqueza doctrinal y esto vale particularmente en el campo de la doctrina social. Una reflexión sobre el pensamiento de este gran hombre nos revela que, aunque quizá no hay muchas cosas nuevas, se puede hablar de una gran novedad. ¿Cómo se explica esta aparente contradicción?


Con frecuencia el Papa habló de las “cosas nuevas y viejas”, con una clara referencia al escriba del Evangelio. Mucho insistió también, sobre la “continuidad y renovación” del discurso social católico. Los autores tienen la tendencia a señalar períodos muy precisos en la historia de los cien años transcurridos desde la Rerum novarum (RN) hasta la Centesimus annus (CA). Algunos indican el pontificado de Juan XXIII como el momento del cambio, mientras otros señalan el Vaticano II. A mi manera de ver, el verdadero cambio se da con el magisterio del Papa Wojtyla. En realidad, Juan XXIII introdujo una metodología más inductiva, lo que lo llevó a considerar algunos problemas inéditos como la socialización, y abandonó la actitud apologética. Pero, en el fondo, dejó prácticamente intacta la naturaleza del discurso. El Vaticano II, con la Gaudium et spes (GS) abre la reflexión teológica y centra el discurso en torno a la antropología1, pero, en cuanto a los contenidos, no va mucho más allá de las dos encíclicas de Juan XXIII, que resumieron, enriqueciéndolo, el magisterio de Pío XII. Con todo, hay que aceptar que la Constitución pastoral marcó una etapa nueva en cuanto a la actitud de la Iglesia de ponerse en diálogo con el mundo con la posibilidad, inclusive, de aprender algo de él.

Juan Pablo II toma la GS como punto de partida y hace de todo su magisterio una estupenda y profunda catequesis del documento conciliar, sobre todo de los primeros capítulos y, muy especialmente analiza el sentido de los números 22 y 24 en los que se afirma que Cristo revela plenamente el sentido del hombre al hombre y que el hombre es la única criatura que Dios ha amado por sí misma. Es necesario advertir que la correcta interpretación del magisterio de Juan Pablo II supone conocer el pensamiento de Karol Wojtyla, el hombre que en su díálogo con la fenomenología husserliana, y mediante la experiencia del Vaticano II, logró hacer una estupenda síntesis de su pasado neo tomista con la metafísica personalista. Wojtyla no rompió propiamente con la escolástica, pero recorrió un camino muy distinto que, entre otras cosas, lo llevó a pensar en la persona concreta, no en la noción abstracta propia de la filosofía tradicional. De esos hombres y mujeres situados e históricos, hizo el camino que la Iglesia tiene que recorrer en el desempeño de su misión.

No es fácil interpretar al Papa. Su pensamiento eslavo es profundo y, aparentemente, repetitivo, pero, en realidad lo que parece una redundancia representa una profundidad siempre creciente. A diferencia de otros Papas, Juan Pablo II es social en todo su magisterio y ello requiere un esfuerzo de interpretación nada fácil, pues supone el conocimiento de todos sus grandes documentos y de cada uno de ellos, punto por punto.

Lo dicho se aplica de manera particular a la primera encíclica de su pontificado, la Redemptor hominis (RH) que es la clave de lectura del pensamiento wojtyliano. En general se puede decir que la primera encíclica de un Papa es programática y esto vale especialmente de Juan Pablo 112. En cierta manera en ella están presentes todos los temas que encontraremos en los 27 años de servicio pastoral. La clave de lectura es la antropología cristológica y el mismo Papa, en su segunda encíclica, Dives in misericordia, describe la RH, curiosamente, como una encíclica sobre el hombre.

Toda la realidad es vista por el Papa desde la perspectiva de la persona. Así, por ejemplo, reflexionando sobre el fantástico progreso que ha alcanzado la humanidad, afirma que la primera inquietud de todo cristiano tiene que referirse “a la cuestión esencial y fundamental: ¿este progreso, cuyo autor y fautor es el hombre, hace la vida del hombre sobre la tierra, en todos sus aspectos, “más humana”?; ¿la hace más “digna del hombre”? si el hombre, en cuanto hombre, en el contexto de este progreso, se hace de veras mejor, es decir, más maduro espiritualmente, más consciente de la dignidad de su humanidad, más responsable, más abierto a los demás, particularmente a los más necesitados y a los más débiles, más disponible a dar y prestar ayuda a todos”.

Encontramos en estas líneas la continuación de la preocupación del Concilio por construir un mundo más humano, pues el crecimiento del hombre tiene que ser espiritual y moral. Desarrollando la noción del dominio de la creación, como misión asignada al primer hombre y a la primera mujer, Juan Pablo lila completa afirmando que ese dominio consiste en la prioridad de la ética sobre la técnica, en el primado de la persona sobre las cosas, en la superioridad del espíritu sobre la materia. He aquí el parámetro para evaluar cualquier sistema o modelo histórico que se debe tener presente cuando se leen las llamadas “encíclicas sociales” si se quiere hacer de ellas una lectura justa.

Pensar en el hombre supone definir su situación en el mundo contemporáneo distante de las exigencias objetivas del orden moral, distante de las exigencias de justicia y, más aún, del amor social. Juan Pablo II anticipa así en la RH un pensamiento que desarrollará durante su pontificado.

Profundizando en los problemas del hombre contemporáneo encontramos a la base la carencia de una verdad objetiva de la que derivan los totalitarismos, los abusos, la manipulación consumística que aliena al hombre contemporáneo y lo reduce a una verdadera forma de esclavitud. El problema de la justicia es otra gran preocupación del Papa y debe ser la de todo cristiano. En casi todas las encíclicas de Juan Pablo II encontramos una referencia a la realidad de millones de personas que mueren por falta de lo necesario, y que son marginadas en tantas formas. Ante esa realidad surge la exigencia de lo que el Papa en la RH llama el “amor social”, que luego se convertirá en la solidaridad, virtud basilar de su magisterio.

En el mundo dominado por el mercado se quiere imponer un concepto inaceptable de libertad que va unido precisamente a un comportamiento consumístico no controlado por la moral, lo cual limita contemporáneamente la libertad de los demás, es decir, de aquellos que sufren deficiencias relevantes y son empujados hacia condiciones de ulterior miseria e indigencia. Aquí se ve la interrelación entre los fenómenos sociales y la centralidad de la justicia, pues las víctimas son siempre los pobres. Vale la pena notar cómo, contrariamente a cuanto pretende la ideología dominante, el mal uso de la libertad de los poderosos limita la libertad de grandes masas de la humanidad.

Encontramos así en la RH la clave de lectura que no ha sido tenida en cuenta por muchos de los comentaristas de la Centesimus annus que han deformado gravemente el pensamiento del Papa y han disimulado la crítica de fondo que él ha hecho del sistema económico dominante. Más que una encíclica sobre economía, se trata de una reflexión antropológica sobre la situación del hombre en el mundo dominado por la ideología del mercado. Es una respuesta-propuesta antropológica, a la visión cerrada del hombre que esta ideología propone. Se trata de ofrecer los criterios para interpretar el sistema económico. De éstos, el principal es el hombre mismo visto en su realidad de imagen de Dios con quien, por lo mismo, tiene una verdadera afinidad. El hombre tiene así una realidad trascendente que hace que no solamente puede usar de los bienes de la creación, sino que debe subordinar su uso a la semejanza divina del hombre y a su vocación a la inmortalidad. Este es el parámetro interior según el cual se debe medir y orientar la economía.

Juan Pablo II, especifica el tradicional concepto de la destinación universal de los bienes con el de la “donación” hecha por Dios a los primeros y, en ellos, a cada hombre y mujer. Esa donación, cuyo progreso es fruto del patrimonio histórico del trabajo humano, constituye el gran banco del trabajo en el cual se realiza toda la actividad humana. Ya en Laborem Exercens aclara el Papa que la propiedad se adquiere, ante todo mediante el trabajo, para que ella sirva al trabajo. Los medios de producción creados o mejorados por el trabajo humano, no pueden ser poseídos contra éste, ni para poseer. Así se explica la dureza del n. 43 de CA:

“La propiedad de los medios de producción, tanto en el campo industrial como agrícola, es justa y legítima cuando se emplea para un trabajo útil; pero resulta ilegítima cuando no es valorada o sirve para impedir el trabajo de los demás u obtener unas ganancias que no son fruto de la expansión global del trabajo y de la riqueza social, sino más bien de su compresión, de la explotación ilícita, de la especulación y de la ruptura de la solídaridad en el mundo laboral . Este tipo de propiedad no tiene ninguna justificación y constituye un abuso ante Dios y los hombres.

Quien así se expresa no es un utopista ni un revolucionario. Es alguien que ha vivido la dureza del colectivismo marxista y, por tanto, no siente simpatías por dicho sistema ni se deja arrastrar por los señuelos de su ideología. Es un Papa que ha comprendido que su misión es no solamente anunciar al mundo la correcta visión del hombre y de la humanidad, sino declararse un acérrimo defensor de su dignidad amenazada por el materialismo práctico que niega toda realidad trascendente y hace superflua la fe.

Sergio Bernal Restrepo sj
Profesor Universidad Gregoriana de Roma

posted by Tadeo Infante @ 10:15 AM,

0 Comments:

Post a Comment

<< Home