El fracaso de la “guerra preventiva”

La guerra convencional contra Irak, iniciada hace un año, duró poco tiempo. Las tropas de Estados Unidos y sus aliados se apoderaron rápidamente del país y, con mínimas dificultades, tomaron posesión de su capital, Bagdad. Por un momento ese inmediato triunfo hizo dudar a algunos, de la pertinencia del diálogo y de la negociación como el mejor camino para la resolución de los conflictos. El tiempo ha confirmado la insensatez de una guerra declarada sin esperar consensos multilaterales ni la anuencia de los organismos internacionales. Ha validado asimismo los esfuerzos y la acertada posición del gobierno chileno y también la sabiduría de la firme postura de la Santa Sede. Apoyado en su incontrarrestable fuerza militar y económica, Estados Unidos optó por el camino propio donde faltaron los consensos y las alianzas mayores. Su gobierno prometía revertir la inseguridad desatada por un terrorismo que puede castigar en cualquier lugar del mundo. Así, intervino en Afganistán para capturar a los responsables del atentado del 11 de septiembre de 2001 y luego se volvió contra Irak, bajo la doctrina de la guerra preventiva, con el fin de evitar el posible uso de hipotéticas armas de destrucción masiva. No hay fundamentos éticos que avalen una guerra preventiva contra quienes podrían llegar a ser potenciales agresores. Más aun, hoy sabemos que algunos de los motivos invocados para iniciar el conflicto —como reconoció Colin Powell— fueron infundados o falsos. No se encontraron las armas de destrucción masiva que se decía habrían puesto en peligro la seguridad de los Estados Unidos y del mundo. Tampoco se logró probar una vinculación entre Osama bin Laden y Saddam Hussein. Los esperados beneficios de la guerra preventiva hasta ahora no se vislumbran y sus costos están siendo muy altos. Irak se encuentra dividido, el rechazo a los invasores se manifiesta cada día con más fuerza y la normalización se ve aun muy lejana. No bastan las armas para conquistar una nación. El terror no ha disminuido, la guerra no ha terminado. Inseguridad permanente La inestabilidad y los enfrentamientos crecientes en los que está sumido Irak corroboran la tesis de que nunca debió descartarse el diálogo y la aplicación de otras medidas de presión y de disuasión que evitaran una agresión bélica. Después de un año del fin de la guerra de Irak, la inseguridad y la violencia no han disminuido en el mundo. Es más, la reciente masacre de gente inocente perpetrada por terroristas en Madrid nos señalan lo contrario. La desestabilización que acarrea la situación afgana e iraquí desde las intervenciones de Estados Unidos se superpone al prolongado conflicto palestino-israelí que ha sido fuente de profundas odiosidades, cuna de mucho dolor y factor de inseguridad permanente en Medio Oriente. Creemos que mientras los organismos internacionales no cuenten con la fuerza y autoridad para buscar soluciones justas a este conflicto, será muy difícil alcanzar la paz y una mayor seguridad para la región y el mundo. Un nuevo orden mundial Surge una vez más la necesidad de bregar por una autoridad política supranacional que resguarde el derecho, la paz. Que tenga capacidad real para controlar las fuerzas negativas a través de un uso legítimo de la fuerza. Hasta ahora, las Naciones Unidas no lo han podido hacer. Las alternativas no pueden ser o quedar a merced de Estados Unidos o de los grupos terroristas más sofisticados. La adopción consensuada de cursos de acción a través de organismos internacionales multilaterales eficaces —siendo más lenta y compleja— conferiría a cualquier decisión una legitimidad mucho mayor. La sujeción al derecho internacional, a la democracia y al respeto de la dignidad de las personas y de los pueblos, incluso en la hipótesis de un uso legítimo de la fuerza, podría acercarnos a un nuevo orden mundial más estable y pacífico. La constitución, a través de consensos de las naciones, de una autoridad internacional podría contribuir eficazmente al bien común universal. Contribuir a la paz No puede bastarnos lamentar el actual desorden. La paz se construye con el conocimiento y respeto de las culturas y creencias de los pueblos en toda su complejidad. Favoreciendo el arreglo de los conflictos y la prevención de otros posibles. También cuando se promueve la justicia, la educación y los derechos civiles, políticos, sociales y económicos del hombre. En esta tarea es fundamental la promoción del entendimiento y del diálogo entre los líderes de las diversas religiones. De igual manera, no es menos necesario que se limite la proliferación de las armas y se reprima su tráfico ilegal. No podemos dejar sólo en manos de los organismos internacionales la responsabilidad de la consecución de la paz. Es también tarea de las distintas esferas de la sociedad civil. En especial los cristianos estamos llamados a servir la causa de la paz, que es obra de la justicia, participando activamente en la vida pública y contribuyendo al progreso del bien común de la humanidad. Lo haremos si buscamos junto a otros soluciones creativas a los nuevos problemas que afligen a los pueblos, aportando nuestra perspectiva, la de una antropología cristiana que respeta, promueve y defiende la dignidad de cada ser humano.

Artículo publicado en Jesuitas.cl







posted by Tadeo Infante @ 3:25 PM,

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