Medio Oriente a cinco años del 11 de septiembre

Hace cinco años, los ataques terroristas a EE.UU., dieron origen a una estrategia antiterrorista global cuyas acciones más visibles fueron las invasiones de Afganistán y de Irak. Hoy esa estrategia no solo está desprestigiada, sino que su implementación en Medio Oriente ha tenido resultados no esperados por el gobierno estadounidense.

A cinco años del 11 de septiembre del 2001 dos hechos han sorprendido notablemente a la opinión pública mundial. El primero de ellos se refiere a la pérdida del apoyo público global y descrédito que ha sufrido la estrategia antiterrorista formulada por el presidente Bush. Gran parte del deterioro moral de dicha estrategia proviene de los atentados flagrantes contra los derechos humanos y de la miseria moral con que Estados Unidos ha enfrentado la ocupación de Irak: tortura, denigración sistemática de las víctimas, maltrato a los prisioneros de guerra, ejecuciones sumarias y crímenes contra familiares directos de quienes se considera enemigos de facto o potenciales.
Hoy ya no existen dudas de que la guerra contra Irak fue montada a partir de una utilización abusiva de la estrategia antiterrorista, que supuso la falsificación de lo hechos a partir de los cuales se acusó al régimen de Saddam Hussein de estar directamente vinculado con Al Qaeda y/o poseer armas de destrucción masiva. Y con esto no se trata de disminuir la magnitud del peligro eminente del terrorismo global que emerge del recuerdo de las víctimas de Nairobi, Dar es Salam, New York, Washington, Casablanca, Madrid, Londres, Bali, Beslan y Bombay y que han sido asesinadas con técnicas y estilos apocalípticos .
La estrategia implementada por el gobierno de Bush después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 , se basaba en el convencimiento de que se había acá un conflicto de largo alcance para cuya resolución eran necesarias medidas económicas, militares, diplomáticas y sociales globales. Ello exigía de los Estados en el sistema mundial una reacción coherente y homogénea ante un nuevo fenómeno de agresión de actores globales no estatales, como los representados por el integrismo islámico. Era además necesario combatir y sancionar drásticamente a los Estados que en su territorio ampararan o protegieran actividades de grupos terroristas. Parecía imprescindible, además, combatir todo peligro inmediato de terrorismo global estimulado por un Estado como el de Afganistán bajo el régimen Talibán o de cualquier forma de ‘Guerra Santa’.
En gran medida por la amplitud de la formulación de esta estrategia, existió desde sus inicios un consenso tácito e incluso Naciones Unidas y su secretario general Kofi Annan hicieron esfuerzos por ajustar estos principios al derecho internacional. Fue precisamente la guerra de Irak la que llevó la estrategia norteamericana al descrédito internacional dado que esa guerra demostró que no se trataba de un combate contra todo peligro inmediato de terrorismo, sino de una estrategia de guerra preventiva de largo alcance y que, en muchos casos, estaba destinada a eliminar regímenes que no eran considerados adeptos de la política internacional de Estados Unidos, como los incluidos en el llamado ‘eje del mal’.
El segundo hecho que en este dramático quinto aniversario ha paralizado a la opinión pública mundial, fue el reconocimiento público por parte del presidente Bush de un secreto a voces: la existencia de cárceles clandestinas globales, no sujetas a ninguna forma de derecho internacional o de guerra, donde se depositan de manera anónima prisioneros fantasmas . En su intervención del 6 de septiembre pasado el presidente de EE.UU. confesó que entre los detenidos en las cárceles secretas fuera de territorio norteamericano se encuentran los arquitectos del 11 de septiembre. Con ello Bush respondía a las exigencias formuladas por la Corte Suprema de Justicia que había establecido, en junio pasado, el derecho de los detenidos por sospechas de participar en actos terrorista a ser juzgados en un proceso judicial público. El presidente, además, está obligado a obtener autorización del Congreso para establecer dichos tribunales y espera que sea el propio Congreso el que legisle detalladamente sobre las técnicas de interrogatorio que la CIA puede aplicar a sus prisioneros. También espera el presidente que el Congreso estadounidense ponga las regulaciones jurídicas necesarias para impedir que los prisioneros implementen acciones judiciales posteriores contra sus interrogadores por violación de las reglas establecidas por el ‘derecho de guerra’. El problema principal consiste en que el derecho de guerra determina que los prisioneros de guerra deben ser procesados al término del conflicto, que en el caso de la ‘guerra contra el terrorismo internacional’ es difuso e imposible de fijar jurídicamente. Los tribunales que el presidente Bush desea establecer se diferencian sustancialmente de los tribunales militares, pues los detenidos no tienen el derecho a estar necesariamente presentes en los procesos que se siguen contra ellos y se les puede negar el acceso a la información en la que se fundamentan las acusaciones bajo el argumento de que se trata de información secreta. La gran esperanza del presidente Bush es que el Congreso legalice la totalidad de las acciones ilegales que se han materializado en la lucha contra el terrorismo global.

Ganadores y perdedores en Medio Oriente

Inmediatamente después del 11 de septiembre de 2001 el presidente Khatami de Irán condenó los atentados de New York y Washington y miles de ciudadanos en diversas ciudades iraníes encendieron velas como muestra de solidaridad con las víctimas. Sin embargo, seis días después los sectores más conservadores bajo el liderazgo del ayatolá Ali Khamenei volvieron al discurso anti-norteamericano, indicando que tanto Israel como Estados Unidos formaban el eje central del terrorismo de Estado, del cual eran víctimas no sólo Irán sino la casi totalidad de la región.
Hoy, cinco años después de los apocalípticos sucesos, se afianza el convencimiento de que Irán ha sido el mayor beneficiario de la política contra el terrorismo en el Medio Oriente Medio implementada por el presidente Bush. La eliminación por parte de Estados Unidos de los regímenes Talibán en Afganistán en el 2001 y de Saddam Hussein en Irán en el 2003, liberó a Irán de dos enemigos que frente al mundo islámico erosionaban su capacidad de influencia: los ultraconservadores sunitas del régimen Talibán y Hussein que representaba el modelo de un estado autoritario laico y no confesional. El deterioro de las relaciones de Irán con Afganistán se vincula al asesinato en 1998 por parte del Talibán de diez diplomáticos iraníes. Con respecto a Irak se remonta a 1980 cuando Saddam Hussein, aprovechando la inestabilidad del nuevo régimen integrista de los ayatolas iraníes, ocupó militarmente Irán dando origen a una guerra que se prolongó por ocho años y que costó la vida a cientos de miles de víctimas. El desaparecimiento de ambos regímenes ha conducido, durante los últimos cinco años, a un crecimiento, espectacular de la capacidad de influencia de Irán como ha quedado demostrado no solo respecto del conflicto internacional generado por su programa nuclear, sino también por su apoyo decisivo a Hezbolá en la reciente guerra del Líbano. En Egipto incluso, la popular Hermandad Musulmana de origen sunita manifestó su euforia por lo que se considera una victoria militar de Hezbolá sobre Israel. Muchos analistas internacionales estiman que el resultado más directo tanto de la guerra en Irak como la del Líbano, es el fortalecimiento tanto de Irán en cuanto potencia regional decisiva en la confrontación con EE.UU. e Israel, como del integrismo islámico de origen chiita.
En Irak, después del desaparecimiento del régimen de Saddam Hussein, participan en el actual gobierno de manera dominante chiitas claramente más propensos al integrismo islámico que a la democracia secular pregonada por el presidente Bush, muchos de los cuales durante el régimen de Hussein vivieron largos años de exilio político en la República Islámica de Irán.
Por otro lado, la victoria militar sobre Israel proclamada por Hezbolá ha fortalecido a los sectores más radicales de mundo islámico en los países árabes y ha permitido a Bashar al-Assad en Siria salir del aislamiento político a que había sido sometido como resultado de la participación de su gobierno en el asesinato del ex-primer ministro libanés Rafik Hariri en el Líbano.
Los grandes derrotados políticos en la región son los grupos seculares y no confesionales que aspiran a sustituir los regímenes corruptos y autocráticos del mundo árabe. Entre los perdedores también se encuentran los aliados de EE.UU. que han servido de barrera de contención contra el integrismo islámico: el presidente Mubarak en Egipto, el rey Abdalla de Jordania y el rey Abdulla de Arabia Saudita. Todos ellos dependen del aprovisionamiento militar y del apoyo económico de EE.UU. a cambio de lo cual deben padecer un proceso acelerado de erosión y desprestigio político como resultado de la política norteamericana en Irak, Palestina y el Líbano. El propio rey Abdalla en una entrevista reciente en la BBC, en reacción a la sugerencia de Condoleezza Rice sobre un ‘Nuevo Medio Oriente’, ha señalado que si considera lo que ocurre en Gaza, Líbano y Somalia es difícil mantener un optimismo político. Este distanciamiento público de la política norteamericana está destinado a neutralizar los efectos erosivos de su alianza con EE.UU.
Al inicio de la guerra entre Israel y Hezbolá, Mubarak, Abdulla y Abdalla formularon un juicio de moderado distanciamiento al condenar simultáneamente a Israel (agresión desproporcionada) y a Hezbolá (aventurerismo político militar). En tanto se consideran a sí mismos como representantes del mundo sunita, estiman que Hezbolá representa la quinta columna del chiismo iraní que alimenta la oposición del integrismo islámico en sus respectivos países.
En conclusión, la estrategia norteamericana después del 11 de septiembre del 2001 ha tenido resultados inesperados e indeseables, que han alterado la correlación de fuerzas en el mundo islámico en favor de los chiitas en el Oriente Medio.

Reconstrucción del Líbano y ayuda a Palestina

Hoy no existen dudas de que tanto la transformación del ‘problema palestino’ en una cuestión de terrorismo internacional después de victoria electoral de Hamas en enero del 2006, como la guerra preventiva de Israel contra Hezbolá en el Líbano han creado una de las situaciones políticas de mayor inestabilidad en el Medio Oriente. En este contexto la reconstrucción del Líbano se ha transformado en un conflicto ideológico entre Hezbolá y los que aportan la ayuda financiera de la comunidad internacional.
Sobre las ruinas del sector sur del Líbano Hezbolá inició de manera inmediata una ofensiva ideológica y política destinada a capitalizar a su favor lo que ha considerado como su victoria militar absoluta sobre Israel. Para ello en los escombros de la gran mayoría de la apocalíptica destrucción cuelgan carteles con el eslogan ‘Made in USA’. Dicha campaña esta destinada también contra lo que designa como la política ‘anti-siria’ y pro-americana del gobierno libanés. Con ello, este movimiento fundamentalista chiita busca favorecer su propia sobrevivencia como movimiento de resistencia armada y organización política que comparte de manera dual el poder del Estado libanés. Esta sobrevivencia se ve amenazada por la reiterada exigencia de su desarme forzado y de la restauración del poder central del Estado. En el año 2004 con la resolución 1559 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (CSNU), se exigió no sólo la retirada de las tropas sirias del Líbano sino además el desarme del propio Hezbolá. Como resultado de su participación en el asesinato de Hariri, Siria debió abandonar militarmente el Líbano y aceptar en las elecciones del 2005 el triunfo electoral del Movimiento 14 de Marzo, cuyo gobierno encabeza el primer ministro Fuad Siniora, que debió asumir la dificultosa y parcial implementación de la resolución 1559.
En declaraciones recientes, Mohamoud Komati, el segundo hombre del departamento político de Hezbolá, ha condenado el Movimiento 14 de Marzo como una organización pro-norteamericana que favorece la política de Israel en la región. De momento, la principal batalla entre Hezbolá y el gobierno libanés se ubica en el terreno del prestigio y la popularidad que puede generar el financiamiento de la reconstrucción entre la población civil. Entre los líderes políticos de Europa y Estados Unidos también existe el convencimiento de que solo el financiamiento generoso de la reconstrucción puede ser un instrumento efectivo para neutralizar y/o reducir la popularidad de Hezbolá entre la población civil.
Para muchos chiitas moderados, sunitas, cristianos y drusos con el rapto de dos soldados israelíes, el 12 de julio pasado, Hezbolá provocó de facto un golpe de Estado, transformándose en el centro de las decisiones políticas y militares del Líbano. El gobierno libanés, por su parte, que rechazaba toda forma de confrontación con Israel y que se muestra mucho más interesado en la búsqueda de inversiones internacionales destinadas a lograr una estabilidad económica mínima, debe apoyarse hoy en las gestiones resultantes del CSNU como única alternativa para lograr una posible restauración del poder central del Estado. La debilidad de este no sólo proviene de la transformación de Hezbolá en un Estado dentro del propio Estado, sino también por la corrupción, el sectarismo y la incapacidad política de sunitas, drusos y cristianos que impiden hasta hoy la formulación de consensos nacionales amplios y estables. Hezbolá cuenta con el apoyo financiero de Irán para implementar su propia política de reconstrucción y ‘comprar’ con ello la lealtad de la población civil, profitando de la radicalización política y de la neutralización de los políticos moderados provocada por la guerra.
En la Conferencia para la Reconstrucción del Líbano organizada por Naciones Unidas y el gobierno sueco, de finales de agosto e inicios de septiembre, el primer ministro libanés Fuad Siniora formuló un dramático llamado en favor del financiamiento de la reconstrucción. Los costos daños directos resultantes de los bombardeos israelíes alcanzarían a miles de millones de dólares y los indirectos referidos a la paralización del sector turístico y de la producción industrial tendrían costos equivalentes. Los daños totales habrían destruido 15 años de inversión en reconstrucción del Líbano ejecutados después del término de la guerra civil (1975-1990). Para el ministro de Relaciones Exteriores de Suecia, Jan Eliasen, la ayuda a la reconstrucción conducirá al fortalecimiento del gobierno central y del Estado del cual Hezbolá representa una muy pequeña fracción.
Si se considera que la Conferencia para la Reconstrucción otorgará recursos por un total de 735 millones de euros, se puede estimar que las gestiones de Fuad Siniora fueron relativamente exitosas, resultado del convencimiento de que había que limitar los efectos proselitistas que Hezbolá asignaba a la reconstrucción a partir de la ayuda financiera de Irán. Paralelamente y bajo la convicción de que la causa fundamental de la inestabilidad del Oriente Medio está representada por el problema palestino, la misma Conferencia acordó otorgar 390 millones de euros de ayuda a la población palestina. Ello constituye un gesto material y humanitario que fundamenta la decisión política de la Unión Europea para restablecer el diálogo político y las negociaciones entre la Autoridad Palestina e Israel.
La Comisión Europea inició el 1º de septiembre pasado la cancelación de subvenciones sociales equivalentes a 270 euros para las personas en extrema pobreza de los territorios palestinos. Para ello se utilizó el llamado Mecanismo Internacional Temporal (TIM), que fue implementado en junio pasado como resultado de los acuerdos entre el llamado ‘cuarteto del Medio Oriente’ (Unión Europea, Estados Unidos, Rusia y Naciones Unidas) y el Consejo Europeo, y que beneficiaría a un total de 625 mil palestinos. Este mecanismo ha sido considerado esencial para satisfacer demandas estratégicas de la población civil.

Alex Fernández

posted by Tadeo Infante @ 2:29 PM,

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