Los hipócritas, contra Günter Grass

La indignación es la más gratificante de todas las emociones. Nada es tan aliviador como la sensación de superioridad frente a los pecadores que cometieron ofensas de las cuales estamos seguros de ser inocentes y que nos permiten fruncir los labios con desdén: otro gigante con pies de arcilla.

El caso Günter Grass me llevó a estas reflexiones. Así que este flagelo de los hipócritas también resultó ser un hipócrita. Este rompedor de tabúes alemanes tenía su propio tabú. Este maestro de generaciones de jóvenes alemanes, que les enseñó a preguntar libremente en sus hogares: "¿Qué hiciste en la guerra, papá?", no pudo obedecer sus propios mandatos. Este crítico moralizador de la prosperidad alemana había disfrutado enormemente la propia y parece estar publicitando su nueva autobiografía con algunas noticias oscuras dignas de ser aprovechadas.

Hoy, a los 78 años, resulta que fue un hombre de las SS —así es, la rama militar del conspicuo cuerpo nazi que ejerció un papel importante en el Holocausto y otras atrocidades. Sorprendente y tan deleitable.

Muy bien, un chico de las SS. Hasta donde sabemos —y es de esperar que la autobiografía revele todo—, el señor Grass no se ofreció voluntariamente a unirse a estos futuros asesinos de masas sino que fue convocado. Y sabemos que sólo tenía 17 años en ese momento. Eran los meses, en la primavera de 1945, en que los nazis sabían que la guerra estaba perdida y, como se dice, raspaban el fondo del barril en busca de más tropas.

Sin embargo, la tormenta por su prolongado silencio sobre su pecado de juventud le aseguró a Grass, tal como predijo, una tormenta internacional de desaprobación.

Le pidieron que renunciara a su premio Nobel de Literatura y a su ciudadanía honorífica de su ciudad natal, Gdansk en Polonia, hoy Danzig. Y Charlotte Knobloch, que preside la tristemente reducida comunidad judía en Alemania —que alguna vez, antes de Hitler, contaba con medio millón de integrantes—, comentó que esta revelación devaluó sus frecuentes intervenciones políticas, hasta convertirlas en "disparates".

Como judío que creció en la Alemania nazi en los años previos a la Segunda Guerra Mundial, puedo entender la indignación de Knobloch. Pero pienso que cualquier cosa que Grass haya dicho en las campañas electorales (por lo general, como orador socialdemócrata leal) o en sus poderosas novelas, esencialmente sobre el presente o el pasado reciente, conserva su valor.

Afortunadamente, algunos analistas se mostraron menos histéricos. Sobre todo Ralph Giordano, un escritor alemán y, a propósito, judío, observó que Grass sólo tenía 6 años cuando Adolf Hitler fue invitado a convertirse en canciller de Alemania. (La frase trillada "toma del poder" distorsiona tremendamente lo que sucedió alrededor del 30 de enero de 1933, la fecha del ascenso del Führer. Un golpe de Estado habría sido malo de por sí; que el nombramiento de Hitler fuera perfectamente legal no hace más que agravar las cosas para la historia alemana). Y Giordano preguntó, razonablemente, "¿Qué otra cosa podría haber hecho en aquel momento frente al todopoderoso aparato de propaganda de los nazis?" Y responde a su propia pregunta: "Nada".

Esto no es todo lo que debe decirse sobre este caso. Con su novela de 1959, El tambor de hojalata, y las dos que vinieron después (conocidas, en conjunto, como la Trilogía de Danzig), Grass estableció un volumen de trabajo sin parangón en su país durante medio siglo.

No es que una personalidad pública pueda tener vía libre sólo por ser famosa, mucho menos popular. Herbert von Karajan puede haber sido un conductor sobresaliente de la Filarmónica de Berlín, pero esto no borraría el hecho de que se uniera al partido nazi en dos oportunidades —después de todo, estos eran actos de un adulto.

El interrogante incómodo que sigue siendo válido para Grass es el siguiente: ¿por qué mantuvo este interludio como servidor del régimen tan en secreto? Si, como nos dicen, su esposa fue la única persona a quien se lo contó, entonces los Grass cometieron un enorme error. Si hubiera salido del ropero nazi antes, digamos, en 1959, cuando se publicó su exitosa novela, la gente habría entendido, y su propia vida habría sido más sencilla.

No soy un analista de Grass, ni tampoco lo conocí personalmente. Pero me da la impresión de que no se sinceró en todos estos años simplemente porque estaba demasiado avergonzado. Y, si tengo razón, el caso tendrá una consecuencia útil: será un recordatorio, más de 60 años después, de que su país tuvo mucho de lo cual avergonzarse.

Peter Gay HISTORIADOR, PROFESOR EMERITO DE LA UNIVERSIDAD DE YALE

posted by Tadeo Infante @ 9:18 AM,

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